“Nunca serás guapa, pero tienes estilo”. Eso le dijo a una jovencísima Iris Apfel la dueña de la tienda departamental a la que Apfel iba a comprar su ropa. El estilo también es una forma de belleza y Iris Apfel siempre lo supo.
A los 102 años de edad murió la gran heroína de la moda maximalista. Desde sus emblemáticas gafas redondas hasta sus prendas casi caricaturescas en su alegría, Iris Apfel nunca dejó que su estilo se detuviera con algo tan superfluo como las temporadas y el “buen gusto”. Iris creó su propio buen gusto y el mundo de la moda, que la perseguía, nunca alcanzó a acabar de capturarla. ¿Finales, definiciones fatales? Iris Apfel nunca los conoció: su estilo siempre fue una obra en curso. Nada es peor que rendirse y Iris nunca fue vencida.
A diferencia de lo que aconsejaba Coco Chanel–antes de salir a la calle, debes verte en el espejo y quitarte un accesorio–, Iris defendió siempre el credo de ponerte todo lo que quieras: definir tu estilo personal no tiene por qué conocer bordes. Así, desbordada, para Iris Apfel more was always more.
Durante su siglo de vida, Iris Apfel vio pasar modas, desde el estilo de las flappers de los años veinte y treinta del siglo pasado, pasando por el minimalismo, el punk, el gótico hasta el coquette contemporáneo, que no le hacía tanta gracia como se podría esperar.
La moda puede ser cruel en sus declaraciones e imposiciones. En ese ambiente exigente y exclusivo, Iris destacó como una mujer siempre indómita, una pieza de arte ella misma. Le desilusionaba ver a las generaciones que, una tras otra, se limitaban a copiar lo que se veía en las pasarelas de cada año. Para Apfel lo que importaba de la moda no era la supuesta vanguardia de las temporadas, sino la expresión única de una personalidad.
Aunque se ganó la vida como diseñadora de interiores, con lo que de verdad destacó fue con su clóset, un pequeño museo de la moda. Sus emblemáticas pulseras, de las que siempre llevaba más de diez, y sus vestidos coloridos llamaron la atención de historiadores de la moda del Museo Metropolitano de Nueva York.
En Iris, el documental dirigido por el igualmente histórico cineasta Albert Maysles, la fashionista contó su relación con el arte del vestir y su aventura curando la gran exposición el Met que su estilo inspiró, primero como mera colección de accesorios pero después como todo un recorrido por un siglo de moda. Un homenaje al espíritu libre de Apfel, ver la película en estos días es ideal para conocer y recordar a una mujer icónica en un ambiente donde, se supone, los iconos abundan. Nadie como Iris para destacar en cualquiera que fuera la fotografía.
Viajó por el mundo, Iris, y nunca dejó de explorar la creatividad y estilo (en el caso de Apfel, ambos elementos iban obligatoriamente unidos) de cada país que visitó. La moda era para Iris un laboratorio de identidad: creaciones únicas, modos irrepetibles de ser, símbolos de tiempos, historias y experiencias distintivamente culturales.
Imposible no ver las fotos de Iris y pensar en las mujeres de África con sus incontables aros, sus prendas coloridas y amplias que recordaban las formas de vestir de las mujeres asiáticas o los collares de piedras como el lapislázuli o el ónix de las culturas mesoamericanas.
Niña eterna, nunca dejó de jugar. La moda también es una manera de resistencia, aunque parezca contradicción. Iris, con su irreverencia, demostró que la moda no es únicamente un modo de usar ropa: es, sobre todo, una suerte de ser, de respirar. De vivir así, pues.
Rest in power, Iris. Ni siquiera la muerte te va a domar.
