Gather around, kids, viajemos al pasado. Back then en los dos mil, había dos tipos de conciertos: los de Dr Martens y los de Vans y Converse. ¿Queens of the Stone Age? Definitivamente de botas Dr Martens. ¿The White Stripes? Hmm. Sí, tal vez de Martens. ¿Belle and Sebastian, The Strokes, Yeah Yeah Yeahs? Absolutamente conciertos de ir con Converse. Y es que para los millennials ese era nuestro uniforme: jeans de tubo, camisetas viejas y un par de Converse negros—o blancos, si tu inclinación era a contracorriente; en el mundo del arte todos llevaban Converse blancos—, unas Martens para cuando queríamos vernos pesados, unos Vans para variar, pero sí, mayoritariamente Converse.
Entonces conciertos de Converse, conciertos de Martens. The Killers es totalmente un concierto de Converse usados.
Como dijo Brandon Flowers, el líder de The Killers, a veces no hay mejor lugar para estar un sábado por la noche que la Ciudad de México. Un concierto de rock en la CDMX siempre es una furia. Somos un público entregado, las cantamos todas, gritamos. Hasta cuando la banda es mala y las canciones no pegan, somos buen pedo: venga, ya viniste, tócanos algo y te aplaudimos.
No digo que ese sea el caso de The Killers. Su furia pop llegó hasta la última butaca (me consta, como buena señora millennial me fui a las gradas, ya estás rodillas, no son de general A) y los fans cantamos y bailamos de pie casi todo el concierto.
La palabra clave es “casi”.
Siempre es interesante saber cómo los artistas arman su setlist, qué estructura quieren darle a su show. Una banda como los Killers, con veinte años en la escena, tiene suficientes canciones hit para llenar fácilmente un set de dos horas. Y lo hicieron, Dios los bendiga. Pero hubo decisiones raras: tocar los hits al inicio, no presentar “Bright Lights”, su nuevo sencillo que es una GRAN canción muy a lo Springsteen, perfecta para prenderle fuego a un estadio y armar la revolución que el mundo necesita para salvarse. Hubo momentos de silencio entre la audiencia cuando llegaron canciones menos conocidas y más, cómo decirlo, flojas. Pero, ah, a veces sólo hace falta ESA canción, la que te rescata y se convierte en tu himno para sentir que esperar meses para un concierto es parte de tu destino.
Pero no me adelanto a mí misma. Su corresponsal llegó temprano al Estadio GNP. Quería ver al Franz Ferdinand, injusto telonero (¿por qué digo que injusto? Son un bandón, merecen una tocada ellos solos y llenaron un rock venue unos días después. ¡Tráiganlos en gira!), y salvar el escollo del tráfico y la lluvia. Franz Ferdinand no decepcionó, son hijos mayores del brit pop noventero, los mejores en reinterpretar la influencia indie en el rock británico. Madre mía, la voz de Alex Kapranos conserva esa tersura grave de sus primeros discos. Sonó nítida, completa, total. Si no conocías a Franz Ferdinand, este concierto breve te hará ir a descubrirlos.
Por supuesto que tocaron “Take me Out”, su gran hit y la canción más esperada por su el público, pero llenaron su set de una hora de joyitas raras como “Evil Eye” y “Ulysses”. Wey, estos tipos la revientan. Alex Kapranos es buen frontman, uno generoso: aceptó los aplausos, experimentó la gracia del público chilango. Debe ser increíble subirse al escenario y tener a cincuenta mil personas gritando, cantando contigo, hasta cuando te toca el humilde spot de calentar el escenario. Los mortales sólo podemos imaginar.
Pero vamos con Killers. Al concierto de calzarse unos Converse y cantar al modo karaoke.
Debo decir que nunca había visto a The Killers en vivo. Me gustan mucho desde hace siglos, pero no soy una fan dedicada. Puedo cantar completo el Hot Fuss, su álbum debut. Me gusta mucho el Wonderful Wonderful, su producción más Broadway, una gloria pop. El Sam’s Town es bueno, me gusta más que el Battle Born, pero, eh, seré honesta: por una década se me salieron del radar.
Uno envejece y agarra otros artistas, otros géneros. Deambulas por los prados de la ópera, el jazz, hasta el hip hop, abrevas en las aguas del rock clásico, el prog rock, experimentas con el country y te vuelves tu papá, después de todo Yes y los Rush no son tan aburridos. Quizá llegó la hora de oír Universal Stereo todo el día mientras estás atascado en el tráfico de esta ciudad camino a tu trabajo de 9 a 5.
Para mí The Killers se convirtieron en una banda del recuerdo. Una memoria de mis días universitarios. Un poco les perdí la pista, la verdad. Renuncié a mantenerme cool con la banda.
No soy fan de buscar los setlist antes de ir a un concierto, siento que arruina un pelín la experiencia. Es una costumbre muy nueva eso de publicar y revisar la lista de canciones que un artista va a tocar antes de ir al espectáculo. Díganme ok boomer, pero me gusta que los grupos me sorprendan. Esta vez mis principios no fueron tan sólidos y busqué qué canciones tocaban los Killers en esta gira. “Spaceman”, check. “Somebody Told Me”, sí. Con “Mr. Brightside”, el hit con el que la banda salió de Las Vegas para conquistar el mundo, abrieron el concierto de Guadalajara como para sacarla de en medio, como para decir “venga, pongámonos serios”. Me pase triste: según varios setlist publicados por fans no tocaban “Be Still”, una de mis canciones favoritas de la vida, himno personal (sí, soy de esas sentimentales). So, there: una selección sin sorpresas.
Aquí vienen. Con una sonrisa de suficiencia me preparé para lanzar mis gritos desafinados con “Mr. Brightside” y… ¡Que empiezan con “Read My Mind”! Es un hecho que los setlist no lo dicen todo. Hay esperanza de ser tomados con la guardia baja y entregarnos sin saberlo todo como los animales. The Killers llegaron en modo bestia.
Tocaron los hits, claro. “Spaceman” enloqueció a la audiencia (rolota pop, toda una showstopper, ¿sí o no, raza?) y se notó que a Flowers le mamó cabrón cuando todos coreamos el estribillo de“I got soul but I’m not a soldier” de “All These Things That I’ve Done”, que fue el gran momento de la noche. Un coro sold out de alegres desentonados grabando con su celular. Qué mejor representación del rock contemporáneo.
Todo muy bien, muy correcto. ¿Correcto? No quiero sonar fría, me entregué al show y disfruté en mi butaca a dos kilómetros del escenario, pero, ah, si tan solo se echaran “Be Still”… y rájales, silencio todos. Unas notas que me sé de memoria: ¡mi canción! Ahí estaba ese gran canto a la resiliencia. “Be Still” no fue coreada por todo el público, podría decir que fue unos de los momentos anticlimáticos para la mayoría de los presentes (veníamos de bailar “On Top” y “Be Still” es de las calmadas, pues), pero yo me conmoví. Una de las grandes experiencias pop es cuando sientes que una canción te habla a ti, que te llega en el momento en que la necesitas.
Ese hechizo se conjuró para mí la noche del 5 de octubre, sábado chilango, con mis lágrimas en las mejillas cantando MI canción, hecha para mí en medio de cincuenta mil personas. Ten calma, cierra los ojos, la vida es corta y tú tienes que seguir adelante. Be still: if they drag you through the mud it doesn’t change what’s in your blood. Sí, preach it, Brandon.
Mis Converse rojos (sí, soy contreras, donde todos usan blanco y negro yo llevo el desorden cromático) me recordaron la adolescente inusual (¿no todos los adolescentes son inusuales a su modo?) que fui. Soy una millennial ruca que todavía lleva Converse a los conciertos. Nunca me dejaré vencer. The Killers es un gran acto en vivo, dignos hijos de la ciudad show que los vio nacer, Las Vegas. Gracias por ese momento, a veces es lo único que se puede decir. Gracias.
