El video habla por sí mismo, pero describamos: en los jardines de la Ciudad Universitaria de la UNAM hay reunida un montón de gente a los costados de una pasarela improvisada.
La música electrónica que suena de fondo apenas se oye por el ruido de la gente. Y de pronto, los modelos: las prendas siguen su propia ley.
No hay outfits que parezcan específicos ni genéricos; podrían ser usados por hombres o por mujeres. El genderless, la ropa para género fluido, las influencias mezcladas a todo lo que dan. Labores de amor.
“En realidad no juzgamos, lo que importa es el amor que la gente le puso a cada prenda, y que puso cada modelo para atreverse a caminar en el desfile”, explica Wuaflinn, el estudiante de economía que organizó desde cero–y con a little help from his friends–este evento que acabó siendo importante y llamó las miradas no sólo del público, también de algunos medios de comunicación. Innvictus, por supuesto, tenía que estar presente.
Wuaflinn es el mote de Eric Barajas, veinteañero, interesado en la moda desde la adolescencia, o desde siempre (“toda mi vida”, dice). Tanto así que estudió corte y confección en su tiempo libre. Diseña de vez en cuando y en la pasarela tiene una prenda: una falda confeccionada a partir de playeras suyas–el tema de la pasarela es moda sustentable y recuperada.
La pasarela unamita fue “un espacio lleno de talento y amor, donde muchas personas mostraron su talento y su creatividad”. No hubo una tendencia dominante en el desfile: la consigna era muy general: usar prendas recuperadas–intervenidas, digamos, para usar el lenguaje del diseño y las artes plásticas–para a partir de ellas crear obras nuevas.
La participación de diseñadores y modelos en este desfile casi se sale de control. Más de cincuenta diseñadores, algunos que llegaron el mero día, con modelos que se presentaron a una selección abierta a todo tipo de estilos y cuerpos. ¿Cómo hacer para empatar esos cuerpos con la ropa diseñada a la medida?
Cuando se hizo el “casting” (a Eric no le gusta cuando uso esa palabra porque, me dice, no hubo una selección específica de participantes ni entre los diseñadores ni los modelos) cada modelo sólo aportó sus medidas y cada diseñador trabajó a partir de ellas. “De looks hubo más de ochenta, de diseñadores perdimos la cuenta”. No hubo discriminación por género, tipo de cuerpo o estilo de vestir.
No existió esta discriminación que el propio Eric dice que sufrió cuando empezó a interesarse por la moda. Todo en esta pasarela tenía como único fin promover con libertad el diseño de moda a partir de prendas recuperadas, una moda sustentable.
¿Moda sustentable? Suena a contradicción: las olas de la moda van y vienen, tal parece que su cultura es de usar y tirar según la nueva tendencia, los colores que dictan las grandes casas de diseño, la imposición de colores, formas, siluetas. Más, dame más, parece gritar el fan de la moda. Dime qué usar, oh algoritmo, oh Chanel. Dime cómo expresarme.
Wuaflinn: “Tratamos de que no se desperdicie ninguna prenda, o sea, que sea sustentable, de ropa reutilizada. La moda no se trata de tener muchas playeras o varios jeans, sino hacer uso inteligente de algunas prendas”. Maximizar: son palabras de un economista, pero también de un hypebeast responsable que le dice que no a la fast fashion, esa plaga que en los últimos años ha plagado el ecosistema de la ropa que usamos todos los días. Prendas de mala calidad, desechables, que a la primera lavada se hacen feas.
¿Por qué sucede esta pasarela en la UNAM? Bueno, porque es la UNAM, una universidad que defiende la libre expresión de sus estudiantes, es un evento divertido, llamativo, raro en este ambiente siempre tan cargado de política y pensamiento abstracto, ¿se vale un momento de despapaye por aquí? Claro que sí, la UNAM también es eso. Pero, diversión aparte, también hay una causa tras bambalinas.
Eric Barajas es lo que podemos llamar un activista de la moda. Y esta es su causa: quiere que haya la carrera de diseño de modas entre la oferta universitaria de la UNAM.
Y es que, me explica, no hay opciones gratuitas para estudiar moda en la Ciudad de México. En Guadalajara y Tlaxcala existen programas de educación pública para aquellos interesados en el diseño de prendas de vestir: en la UNAM se considera, quizá, demasiado frívolo, demasiado superfluo estudiar este fenómeno que, según Barajas (y autores fundamentales como Roland Barthes y Umberto Eco estarían de acuerdo con él) es un fenómeno por diferentes niveles de la cultura: “La moda es economía, política, expresión… todos somos parte de la moda, desde un bebé que lo visten de cierta forma hasta la ropa que se usa todos los días. La moda afecta las decisiones de la gente en su modo de expresar quién es”.
Sí, la industria de la moda es un mercado importante para la economía. Tan solo en México el valor de esta industria supera los mil millones de pesos de acuerdo a la secretaría de economía. La Ciudad de México, el Estado de México y Puebla son los tres estados que más aportan a la fabricación de prendas de vestir. En el mundo se considera que la industria implica una producción agregada de 330 mil millones de dólares: el equivalente al PIB de algunos países en vías de desarrollo.
En la Ciudad de México es donde más se compra ropa en el ecosistema mexicano de la moda. La ciudad en la que se encuentra la UNAM es una ciudad fashionista con su propia Fashion Week y con pasarelas organizadas por marcas internacionales. Pero esa moda excluyente y cara no es la que le interesa a Wuaflinn.
“Yo no creo que moda, exclusividad y ropa cara sean sinónimos”, me explica, “creo en una moda que nos incluya a todos”. A pesar de considerarse un consumidor de moda no sigue las Fashion Weeks ni le importan las tendencias de las grandes casas de moda. A Eric lo que le importa es la manera en que nos expresa, nos atraviesa: “Me sorprende (de los diseñadores) su forma de expresar lo que sienten, lo que piensan en piezas que para mí son arte”, dice.
La pasarela, espera Barajas, debería ser apenas un germen, un inicio de una nueva consideración de las autoridades de la UNAM. Es obvio, viendo el impacto del evento, que el interés de que exista la carrera de diseño de modas podría tener lugar en la oferta académica de un universidad que se considera a sí misma casa abierta a saberes e intereses diversos y de impacto. “No sé, hay carreras como llevar la de llevar bibliotecas y archivos que igual no tienen tanta gente y son parte de lo que ofrece la UNAM” dice Barajas, “moda también debería ofrecerse”.
¿Cuál es el estilo de Wuaflinn, este hypebeast activista comprometido? Le gustan los sneakers y el vestir tumbado, la nueva tendencia callejera. “Pues no sé si callejera, la llamaría urbana, pero yo creo que estoy en constante evolución. Me gusta Ed Hardy, Christian Audiguer, moda que antes era mal vista. Pero no me cierro, me gusta experimentar y seguir buscando para expresarme a través de lo que visto… Yo eso recomiendo a las persona, que experimentes, que pruebes de todo. No hay que cerrarse a un solo estilo”. La moda como experimento de ensayo y ¿error? Para este hypebeast el error y el mal gusto no existen.
Esa es la moda, en realidad, un modo de ser, de fluir. Dejarse llevar por el estilo como quien posee un garbo propio, un atrevimiento único. La moda urbana que sale de las esquinas y al final llega a las Fashion Weeks, a las líneas de los grandes casas y se retroalimenta de ese modo. La idea de diseño de modas en la UNAM no suena absurda, bien cabría en la Facultad de Arte y Diseño. Por el momento, todo es un sueño de Wuaflinn y sus amigos. Pero quizá para generaciones venideras se trate de una verdadera opción estudiar el diseño y confección de ropa de manera totalmente gratuita.
Mientras tanto, los modelos caminan y la gente aplaude. El desfile acaba como empezó, con un bang que se va difuminando con el sonido cotidiano de la universidad. Y en los pasillos de las facultades, los modos de vestir se alternan con vocaciones. El estilo es ineludible. La moda no acomoda, la moda rompe fronteras, todos somos parte del estilo, no hay tendencias unilaterales, dictadas verticalmente. La moda también es una rebeldía. Nada es más universal, más visionario, que esa declaración de principios.