Beyoncé es una artista pop complicada. O sea, sus álbumes tienen el encanto del pop, sí, pero son de varias capas, difíciles de asimilar al primer golpe. Su carrera después de Destiny’s Child no se ha gastado jamás en canciones pegajosas y desechables. Cowboy Carter, su más reciente producción, desafía los clichés de lo que se espera de una artista afroamericana simbólica.
El pop de Beyoncé es difícil y no siempre ha tenido a las audiencias de su lado. Aunque Renaissance, su álbum de 2022, fue celebrado por la crítica de manera casi unánime, no estuvo en el top ten de ventas ni de streamings de ese año. Vaya, llegó a estar entre los primeros veinte, pero para una figura como Beyoncé la expectativa resultó mayor que el resultado.
Beyoncé toca su propio tambor y su carrera se basa en el riesgo. Y esta vez ha tomado el riesgo mayor: Cowboy Carter es un disco country. Música de mala fama entre los estratos liberales a los que pertenece Beyoncé, el country en sus manos es un regalo para una nueva generación.
Después de la primera escuchada, lo primero que se nota es que Cowboy Carter es un disco divertido, con éxitos pop como hace un buen rato que Beyoncé no producía. ¿Cómo no escuchar “Texas Hold’em” y andar por la vida canturreando “this ain’t Texas, ain´t no hold ‘em”. Gran primer sencillo y una invitación de lujo para escuchar el álbum completo.
No sin cierta sospecha: el country tiene alguna mala onda, una reputación malsana de ser música racista. Es cierto hasta cierto punto; algunos artistas country han usado su música como vehículo de sus prejuicios (¿pero no podría decirse lo mismo de otros géneros? Cada quien usa sus artes para expresar, bueno o malo, lo que lleva en el pecho).
Ahora, esa apreciación es limitada: hay varios artistas afroamericanos en el género, pero siempre aparecen marginales, para un público muy específico. Sí, hay mucho racismo en el country, pero Beyoncé ha venido a darle una cara nueva. Sin duda: Cowboy Carter es un disco country con todas las de la ley y también es un disco afroamericano. ¿Racismo? Este álbum le grita a la cara del racismo que no hay límites para los artistas geniales.
Cowboy Carter es un homenaje a las raíces negras del country y también un encuentro a medio camino entre el propio country y el rythm and blues en el que Beyoncé tiene el toque de la genialidad.
Beyoncé, a esas dos manos, hace suya un clásico como “Jolene”, original de Dolly Parton, emblema del country, con una modificación a la letra en la que establece su territorio: mi hombre es mío.
Hay un sector del público que no ha aceptado este cover: hay quién se burla porque Jay-Z, el hombre en cuestión, no es tan suyo porque ya le puso el cuerno. En fin, eso ya es asunto posterior: lo que importa es que “Jolene” en voz de Beyoncé es un triunfo.
El momento más conmovedor sin duda es “Blackbiird”, reversión del clásico de The Beatles. Beyoncé la convierte en un himno espiritual con la participación de varias artistas country de raza negra. La canción recuerda a las mujeres afroamericanas de la lucha por los derechos civiles. “Take these broken wings and learn to fly/ All your life you were only waiting for this memento to arise”. Arriba, hermanas.
Cowboy Carter es un segundo acto de lujo para la trilogía con la que Beyoncé tiene planeada (la primera entrega fue precisamente Renaissance) como el gran proyecto de su carrera. No podemos sino desear más de Beyoncé. No nos dejes esperando, Queen Bey.