Keith Haring: activismo, arte y el maestro del grafiti que se hizo en el metro de una ciudad peligrosa.
Cuesta creerlo si uno la ha visitado en los últimos veinte años, pero Nueva York solía ser una ciudad cutre, sucia, tétrica. Un verdadero abismo, esa Nueva York ochentera. Pero también era una olla de presión en la que algo estaba a punto de reventar: una revolución, acaso.
Y hubo maestros que surgieron de esa ciudad peligrosa. Uno de ellos fue Keith Haring.
Keith Haring murió hace 34 años, pero su obra sigue influyendo todos los días en la escena del arte urbano. Si, por ejemplo, visitas el taller de Angelus–nuestra firma socia de personalización– podrás ver sneakers plasmados con dibujos del maestro Haring.
A fuerza que los has visto: caras de tres ojos sacadas de las caricaturas clásicas de los treinta. O esas siluetas sobre fondos de colores de bebés haciendo un berrinche, o figuras bailando. Búscate rápidamente las obras de Haring y de verdad las reconocerás a primer golpe de vista.
¿Pero por qué Haring debería importarnos? Porque fue uno de los primeros grafiteros que rompieron la barrera entre el arte de las calles y el de los museos y las galerías. Haring se hizo, como Basquiat (otro de los grandes maestros salidos de esa Nueva York peligrosa), en el metro neoyorkino. Sus dibujos aparecían de pronto en vagones o esas carteleras publicitarias que hay en las estaciones de los metros de todo el mundo.
Como buen grafitero, plantaba cara. Le tapaban los murales y él regresaba y los pintaba más grandes. Pronto sus dibujos se convirtieron en parte del panorama cotidiano de los viajeros comunes. Haring, el mensajero, comenzó a cargar sus pintadas de mensajes: basta a la gentrificación, amor libre, muerte a la homofobia.
El trabajo de Haring pronto llegó a los eventos grandes del arte. Su obra apareció en conciertos, desfiles de moda. Madonna usó sus diseños en sus outfits de concierto. Nueva York es el centro del mundo del arte urbano y el ruido de la obra de Haring fue ensordecedor.
En esa Nueva York de hace cuarenta años la revolución no fue televisada. Una plaga comenzó a atacar sobre todo a la comunidad gay, en especial a los hombres. De pronto todo mundo tenía un amigo enfermo gravemente o había muerto de la manera más miserable. Como se trataba de una comunidad discriminada y marginal, los medios tardaron siglos en dar cuenta de lo que pasaba, provocando que el outbreak creciera y se descontrolara.
“La plaga”, como se le conocía, fue el sida. Haring fue una de sus víctimas. Pero la enfermedad no mermó su impulso creativo. Abiertamente gay, Haring se volvió un activista indomable. Defendió el sexo seguro y buscó que la información sobre el sida estuviera disponible para todo mundo. La discriminación y la homofobia tenían que parar.
Hoy recordamos a Haring por su obra, pero también por su legado político. Gracias a Haring y otros que usaron sus trincheras para ello, el sida pudo llegar a los grandes medios y las discusiones públicas y eso ayudó a enfrentar a “la plaga”. No hubo una cura mágica, por supuesto, pero sí una reivindicación de las víctimas y la obra de Haring fue una luz potente sobre la enfermedad.
Keith Haring murió el 16 de febrero de 1990, abatido por el sida. Su obra ahí está, su activismo siempre será recordado.