De primera impresión, Nia Fase no parece grafitera. La ves y dices: “oye, Nia, ¿no deberías andar con los pelos pintados y ropa megaintervenida por diseñadores urbanos? ¿No es así de atrevido el grafiti?”.
Pero no, Nia viste de manera casual, unos jeans, unos tenis Nike. Nada, todo tranquilo. ¿Pero no es misión de los artistas desafiar los estereotipos? Sí, Nia no se anda con cosas ni es presa de la pose. Tiene una vibra muy auténtica. Su manera es directa y sencilla; alguien que tiene ya su colmillo promoviendo el grafiti en medios y autoridades. Se maneja bien, pues, no se pone nerviosa para explicar su arte y sus iniciativas que buscan impulsar ideas, cambiar mentes.
Nia Fase es su tag, su distintivo, y así lleva 21 años firmando su trabajo en muros de diversas ciudades mexicanas y varias paredes de la Ciudad de México, obras que comparte en su Instagram (@niafase).
Su historia es similar a la de muchos artistas, grafiteros o de cualquier expresión: empezó por curiosidad y aburrimiento. Su inicio fue en Zacapu, Michoacán, donde pasó la adolescencia entera. “Quiero pintar”, se dijo a sí misma y compró sus primeros aerosoles y experimentó. “Me llamaban la atención las bombas que veía y se me antojó hacer lo mismo”. Pintó la parte de atrás de su casa (cabe preguntarse qué habrán dicho sus papás). Amor al primer trazo.
Para ser novata no le quedó tan mal su primera bomba. Las bombas son esos grafitis de letras gordas que se hacen para intervenir rápidamente espacios, una manera del artista de hacerlos suyos o hasta de protestar frente a propaganda política o murales que de algún modo desafían el código del grafiti de cierto crew o grupo de artistas que se han hecho de algún territorio.
Una bomba suele ser el bautizo de un grafitero: así comienza a juntar crédito callejero. Nia: “Mis primeras pintas fueron siempre bombas ilegales, pero ya cuando era legal procuraba hacerlas un poquito mejor, hacer lo llaman una ‘bombipieza’”. Pero siempre con una idea fija: letras y mensajes escritos, la esencia original del grafiti.
Fue un 13 de noviembre, lo recuerda muy bien, en un festival del Día de la Tolerancia, donde Nia conoció a los primeros grafiteros experimentados de su vida. “Muy buena onda, me invitaron a pintar, me dijeron que se juntaban cada domingo y de ahí me seguí con ellos”, explica.
Allá en Zacapu, Nia también comenzó a organizar a los grafiteros locales: vamos a conocernos todos, hacer comunidad, compartir experiencias y también entrarle a pintar juntos, atacar pareces que cada quien va descubriendo.
Nia tiene experiencia tanto en el grafiti legal como el ilegal, el que se hace sin permiso y en ambos ámbitos se mueve con facilidad, pero la idea inicial de los festivales era ya buscar apoyo “oficial”, entrarle a relacionarse con autoridades y darle difusión al arte urbano.
Juntar a todos los grafiteros posibles es una aventura que roza la revolución: tanto atrevimiento es de una épica creativa difícil de controlar. No es que Nia los controlase, pero sí actuaba como líder y se ganaba ese respeto.
Y de ahí pa’l real. Nia regresó a la Ciudad de México a los 17 años y fue de a poco haciéndose de un currículo para su tag en el grafiti tanto ilegal, valiente y vandálico, como en el permitido por las autoridades.
Su identidad era hacer letras en 3D con mensajes legibles. Es una declaración de principios: “Para mí el grafiti son letras que se leen, recupero esta forma de que el grafiti es una manera de dejar la evidencia de que uno estuvo en un lugar y dejó su nombre, su mensaje”, dice. Como decir “este soy yo, acuérdate de mí”.
Aunque Nia no es nada cursi al respecto: “El grafiti es un arte efímero, donde uno pinta, llega propaganda y otros artistas, y eso está bien. La calle es comunal y está viva”.
Creando conciencias, un muro a la vez
Nia siguió haciendo su arte como creadora individual. Pero la gana de hacer comunidad entre los artistas urbanos le siguió dando una comezón que tenía que rascarse sí o sí. Causas hay muchas en las que la grafitera cree y sabe que no está sola. Ideas le cruzaron la mente: tal vez hacer algo con el feminismo, por ejemplo, o contra la discriminación clasista.
Antirracismo, antiespecismo, la diversidad de las infancias, muchas causas justas.
Con esas ideas urgentes, Nia se empezó a mover para organizar nuevos encuentros de artistas urbanos que después derivaron en festivales de grafiti, rap y diseño de moda. Uno muy importante es el Juntas hacemos más, que tuvo su primera versión en abril del 2022.
En la avenida Oceanía, en la alcaldía Venustiano Carranza, al oriente la Ciudad de México, Nia vio un espacio tentador: tres muros de bodegas que ocupan casi un kilómetro entre dos estaciones del metro de la línea B. Zaz, de aquí somos. Pero la experiencia que tenía, debía ser otra. No hacer grafiti ilegal, sino algo que tuviera una convocatoria abierta y apoyo de la alcaldía para promover por todas partes el festival.
La idea del Juntas hacemos más, era también diferente a lo que Nia había hecho hasta entonces. “Vamos a juntar a puras grafiteras y que este espacio sea para ellas con libertad de temáticas y de estilos”, explica. Y a la convocatoria, hecha en redes, respondieron un montón de artistas: morras de diversas partes del Chilango, pero también de otras partes del país y hasta artistas de Latinoamérica, como La de los mamarrachos, grafitera de Colombia, y Romina Romanelli, muralista de Uruguay, así como pintoras que trabajan en Estados Unidos y Europa.
Hiperrealismo, retrato, doodles, manga, lettering: las artistas se hicieron de la pared con las técnicas de cada quién. La convocatoria fue tan exitosa que el festival se repitió este 2023. La intención es que el Juntas hacemos más se celebre cada año en el mismo espacio.
Armar este tipo de aventuras mantiene a Nia como un personaje importante en la escena grafitera de la ciudad, donde ha pintado en diferentes barrios y con diversas escuelas: la de Aragón, la de Tacubaya, la del sur, en fin.
Hace unas semanas Nia encabezó un nuevo festival. Esta vez con otra causa muy en boca en los últimos días por razones terribles y hasta siniestras: el maltrato animal. Así como hay un nuevo reconocimiento de la presencia de los animales en nuestra vida cotidiana— de compañía y de trabajo, porque sus vidas han de respetarse independientemente de cómo nos ayudan— también han sucedido tristes casos en los que los animales han sido torturados, violados, expuestos a la destrucción de su dignidad.
Gente que adopta para destruir, abandonar, regodearse en su crueldad. Es tristísimo enterarse de esas noticias, y para Nia, había que hacer algo con el asunto, no nada más ser testigos cuya indignación queda en un tuit y después a otra cosa.
El grafiti es efímero, sí, pero su evidencia queda en redes (en especial en Instagram, burbuja en el que los grafiteros son unos de los habitantes más activos). Venga, hagamos ruido.
En el Deportivo de Xochinahuac, en la alcaldía de Azcapotzalco al oriente de la Ciudad de México, Nia encontró otro espacio ideal. Las bardas exteriores del deportivo, justo las que dan a una muy transitada avenida, rogaban por un mural.
Se hizo la convocatoria por redes sociales y respondieron 38 artistas. A muchos Nia no los conocía, lo que habla de la variedad y amplitud de la invitación. Como en el caso del Juntas hacemos más, hubo diversidad de técnicas, pero el objetivo de fondo, el leit motif, fue el estar contra el maltrato animal. La libertad de interpretar el tema era plena: algunos se fueron por promover la adopción, otros más por la presencia querida de animales en su imaginación o su identidad.
“Esta vez se invitaron tanto a hombres como a mujeres”, explica la organizadora. “Y participaron casi mitad y mitad, no hubo dominio de un género”. Eso retrata la escena grafitera capitalina: de acuerdo con Nia, las mujeres llevan muchos años presentes en el grafiti mexicano y hoy prácticamente hay paridad en el arte callejero. Las chavas le entran por igual al riesgo y el vértigo tanto del grafiti ilegal como al patrocinado por empresas, marcas y autoridades.
También hay presencia intergeneracional. Hubo grafiteros que llevan 15, 20 años pintando y artistas nuevos que andan apenas tanteando el mundillo desde hace tres o cuatro años.
A veces también Nia participa pintando en los festivales que arma. Esta vez sólo estuvo presente como organizadora, un trabajo pesado porque tantos creadores juntos no son fáciles de atender. “Esta vez no dimos material más que la pintura sobre la que se hicieron los grafiteros, entonces yo dejé que cada quién se manejara como quería. No había espacios específicos, así de ‘solo tienes dos metros’. Hay quien sí puede con esos dos metros, hay otros que necesitan 8, 9 metros, todo se respetó según cada artista”, explica.
Las paredes del deportivo dan cuenta de esa libertad. Artistas como Key hicieron retratos de sus propios animales de compañía. Keops pintó a un perrito con una discapacidad que estuvo ahí modelando con los artistas. Brain lanzó una verdad antiespecista: retrató una rata con la leyenda “Sociedad doble moral”. Para Brain, bien que defendemos a los perritos y gatitos (tan fotogénicos), pero perseguimos a los demás animales como a las ratas sin respeto real por las vidas de otras especies. Potente.
Grafiteros como York (que lleva más de 20 años pintando) se juntaron con otros como Peque, Lily Cursed, Dato, Alina Kliiwa, Liz y Oker, por mencionar a algunos más.
Si quieres visitar los murales tanto del Juntas hacemos más como del Festival contra el maltrato animal, sólo tienes que subirte al transporte público.
En Oceanía puedes observar del Juntas hacemos más desde la estación del metro Romero Rubio de la línea B. En el caso del Festival contra el maltrato animal, viaja el plantel Azcapotzalco de la Universidad Autónoma Metropolitana, la UAM. El deportivo Xochinahuac está a unas cuadras.