Nos quedamos de ver en Zacatenco, en el campus del Instituto Politécnico Nacional, al norte de la Ciudad de México. Akira, rapera y artista visual desde hace dos décadas, también tiene un day job como pedagoga.
“Bueno, hay diversas facetas en la vida”, me explica Akira con cierta risa cuando en entrevista le pregunto cómo combina ambos aspectos de su vida. Le sugiero que se trata de máscaras: “No, máscara no, porque eso se me hace como una manera de esconderse y yo no me escondo. Luego sí, amigos del trabajo o de la vida del diario se sacan de pedo cuando les cuento del rap o del grafiti, pero no pasa nada, son facetas, modos de vivir en varias esferas”.
Akira se enamoró del arte urbano desde que era prácticamente una niña, un modo de reconocerse y de relacionarse con pares a los que les interesaba también el arte callejero. Empezó a interesarse en el diseño por accidente: en una biblioteca se encontró con la tipografía japonesa, los “kanjis” de esa lengua le atrajeron de inmediato.
Vio una palabra que le significó más que las otras. Cuando preguntó a un profesor de japonés qué significaba, este le explicó que se trataba de un nombre masculino: Akira. Y ya, cuando comenzó a “rayar” paredes lo adoptó como su tag, su nombre de guerra.
El mote se alargó para alcanzar su carrera como hip hopera. “Yo comencé en eventos de grafiti, pero después del rap me empezó a llamar… Me acerqué a amigos que ya hacían música e improvisábamos en banda. Yo tocaba la quijada”. ¿La quijada? “Sí, la quijada de burro”. Me da risa y ella se me queda viendo como “estoy hablando en serio”. Y yo: ok, wow, no sabía que eso existía.
Como grafitera se reconoce como tagger y seguidora del wild style y las bombas (esas letras rápidas y grandes con las que los grafiteros intervienen paredes abandonadas o dibujos de otros artistas). “Yo hago bombas y tags, firmas y tipografías”. Tiene experiencia tanto en el grafiti legal como en el ilegal (“Empecé con el grafiti totalmente ilegal”, recuerda).
Como artista urbana ha participado en eventos colectivos y festivales, aunque no se considera muralista, sino letrista. “Si consideras que como grafitera hago letras y ahora como rapera hago también letras, pues bueno, ya se ve que me gusta escribir”.
Akira tiene libretas en todas partes. En su oficina, en su recámara, en la sala, en la cocina. Cuando le salta una idea en la cabeza, como si fuera un modo de cazarla al aire, Akira la anota de inmediato. Así crea tanto su grafiti como sus letras de rap. ¿No afecta eso su freestyle? “No soy muy freestylera, la verdad, me gusta ver a la banda que hace batallas de rap y me impresiona cómo pueden sacarse de la nada rimas al momento, pero no es lo que yo hago”, me explica. “Yo escribo y de ahí voy sacando mis rimas”.
Aficionada a la literatura, se considera fan perdida del escritor uruguayo Eduardo Galeano: “Galeano me ha acompañado casi toda la vida, amo a Galeano, es mi maestro y mi héroe”.
Como a Galeano, le interesa la revolución. Pero piensa que todo comienza, al menos en su caso, de una labor interna. Por eso su rap es “bien íntimo, me observo a mí misma para entender lo que me importa, por qué me importa y cómo me forma como persona”, dice.
Me enseña algunos videos de su rap y de cosas que ha hechos con otras raperas. Varias de las canciones que me enseña tratan de ser mujer, de tener varias caras, de ser, al mismo tiempo, personas de una sola pieza. De romper paradigmas, de quebrar estructuras personales: de eso va Akira por la vida.
Le pregunto si el activismo de izquierda liberal de Galeano también ha influido en su arte y sale el tema mero bueno de esta entrevista: Akira no sólo es rapera por amor al arte, también es activista y hace de sus creaciones un modo de aportar algo a la vida de personas precarizadas. En específico: a los que se encuentran en cárceles. Ha recorrido los Ceresos y penales de la Ciudad de México y la periferia rapeando y pintando. “De Tepepan al Reclu norte, de la Peni al Centro para Menores Infractores, andamos de allá para acá”, me dice.
Akira pertenece al colectivo Artearma, que visita las cárceles para hacer labor de acompañamiento y creatividad para los internos. “Nos llamamos Artearma porque nos referimos a lo que ellos viven: la violencia, sobre todo. Les damos una nueva arma, el arte que también ayuda a sobrevivir y posteriormente, cuando salgan, tengan una nueva herramienta para readaptarse, reinsertarse, a la sociedad”.
Con Artearma, Akira da talleres de hip hop desde hace 18 años. Primero acompañaba con su música al momento en que los internos recibían a sus visitas, pero pronto el activismo del grupo fue creciendo para incluir labores y talleres de habilidades variopintas, arte urbano, escritura o grupos de lectura.
Artearma hace su labor sin fines de lucro, cada miembro pone su entusiasmo y sus propios recursos. Akira se acompaña de colegas y amigos que van con una advertencia: si vas, tienes que hacer algo. “No se vale nada más quedarse viendo como si fueras a la conejera o el museo. Cuando vienes con nosotros tienes que dar un día de tu trabajo: si eres artista gráfico, dar un taller de eso, si haces música o hip hop, damos clases y acompañamiento creativo”, me dice.
“Si vienes”, insiste, “tienes que creer que toda persona tiene un potencial. Les damos a las personas que visitamos una nueva arma para reinsertarse, no necesariamente como grafiteros o raperos, pero sí con herramientas para la vida, como escape o como desahogo creativo”.
¿No se asusta de ir a cárceles? “Pues te vas haciendo más respetuoso con el tiempo, pero miedo-miedo se siente sobre todo cuando vas llegando por primera vez. Muchos que vienen con Artearma las primeras veces se asustan un buen.
Tenemos la regla de que nadie ande solo por las instalaciones”... un compa una vez se quiso ir al baño y se fue solo y pues lo agarraron y la carrilla: ‘Aquí tienes que hacer 20 lagartijas’ le dijeron y ahí estaba haciendo lagartijas cuando lo encontramos. Así es la gente dentro de las cárceles, carrilleros“”.
Como rapera y activista, Akira también ha encontrado el gusto por la gestión cultural. Ella misma, con Artearma, hace las labores de organización de cada visita a los centros de internamiento. También es parte del grupo de organizadoras del festival anual de grafiti hecho por mujeres, Juntas hacemos más.
Con Artearma la labor es constante. Akira no es una persona lenta ni pasiva. Se convierte en una maga de la identidad. “Creo que todos somos varias personas y que no hay género ni un solo destino. Eso he aprendido con las personas privadas de su libertad, que se puede renacer”.
Así, quebrando estructuras, del Poli a las calles, de Artearma al grafiti, Akira es algo más que una hiphoper diletante. El mundo puede cambiar y requiere la labor de quienes crean que eso es posible.
Eso aprendí platicando con Akira.