Está justo en Peralvillo, en la calle Peralvillo casi con Reforma, en uno de los extremos de la colonia Morelos, mejor conocida por su nombre de guerra: Tepito. A su costado, el mercado callejero que le da fama internacional a la colonia. A menos de una cuadra, las letras gigantes de colores que le dan su aceptación al mundo folklórico de los pueblos mágicos mexicanos. El mercado ambulante donde, se dice, encuentras todo, hasta a ti mismo, más barato y por docena.
Es la Galería José María Velasco, que fue fundada en 1951 en un plan urbano impuesto por la política cultural de aquellos años para reconocer y llevar el “gran arte” a las colonias periféricas de la Ciudad de México. De aquel programa sólo sobrevive la Galería Velasco en Tepito y cuenta, 73 años después, de cabal salud.
Cada mes, la Velasco tiene exposiciones sin falta. Sin falta. Puntualmente la galería lleva arte potente a sus paredes. Arte que no sigue corrientes mainstream y ni pide permiso: barriobajero, cuestionador, respondón, que asalta temas complicados como la diversidad sexual (la galería ha sido rompeolas del tema), el streetart, la discriminación, la marginación y la gentrificacón y otros temas que la galería ha puesto en la discusión. Y sí, en sus paredes, sus talleres y en su escenario.
Artistas como los pintores Nahum B. Zenil y Fabián Chairez, ambos identificados con el arte LGBTQ+, y el fotógrafo Federico Gama, cuyas fotos de cholos-skato-punks son tan emblemáticas que se han convertido en memes, son sólo tres de los artistas que en los últimos años han pasado por la galería con exposiciones muy influyentes en el actual ecosistema del arte contemporáneo en la Ciudad de México. Arte salido de Tepito: el poder de la galería de arte como concepto no es exclusivo de los vecindarios altos y de moda (Hello, Roma-Condesa), el arte emerge ahí donde hay historias que contar.
El curador y artista Alfredo Matus lleva dos décadas al frente de la Galería Velasco. En esos veinte años la galería ha ido cambiando: se amplió el espacio, se creó el programa de talleres, hacen recorridos guiados y arman algunos proyectos editoriales que dan testimonio de la vida intensa de la galería. Lo que no ha cambiado es su constante presencia en la escena del arte en la Ciudad de México.
“Todos estos proyectos nos permiten que nuestra labor salga del entorno inmediato de la galería y se creen redes con otros espacios”, explica Matus, quien tiene la apariencia de tío-buen-pedo que está dispuesto a llevar a los sobrinos por un mundo nuevo, no en el sentido condescendiente que abunda en el mundo del arte sino como alguien que de verdad hace que te den ganas de conocer lo que el arte tiene para ti. Le sale sinceridad por los poros. Es tan sincero, pero tan amable, que contesta a mis preguntas bobas como si se trataran de una conversación especial frente a una alumna no muy brillante pero entusiasta.
Y es que esta galería tiene algo para todo mundo, como si de un espejo se tratara. Si estás más abierto, igual y en sus talleres encuentras una vocación que no te conocías. Un visitante más interesado podría encontrar al próximo artista que va a coleccionar.
La Galería Velasco conoce todas esas posibilidades y Alfredo lo pone en manifiesto, listo para responder a cualquier idea preconcebida que una galería tepiteña puede alzar: “Sí, la Galería Velasco es una galería del barrio, pero buscamos llegar a otros ámbitos y otras comunidades, crear redes con otros espacios”. Crear dimensiones identitarias sin ser chauvinista ni radicalmente outsider: “tenemos visitantes, por ejemplo, de Ecatepec o de otros sitios… La idea de ser diferente a veces anula estas relaciones con otros recintos y comunidades”.
La pregunta que me surge de inmediato cuando me siento a platicar con Alfredo es: ¿no es peligroso y raro tener una galería en un barrio con fama de duro? Tepito está ligado a una iconografía y una mitología propia. Alfredo: “Tepito es el mercado, la idea de que te van a robar, tantos estigmas”. Por eso Alfredo explica que llegar a otros públicos y tejer redes con otros museos sirve para liberar esos fantasmas (¿pero no será que toda esa mitología también alimenta el aura de la galería?).
“Buscamos ser un espacio neutral para que la gente se encuentre y vean las identidades que se generan en una cercanía con otros barrios de la zona como la Guerrera o Peralvillo, hay temas que coinciden con Ciudad Neza, Ecatepec y toda esa área metropolitana con las que hay cercanía” dice Alfredo. Tepito, Neza, Ecatepec, la Guerrero, Peralvillo: espacios históricos que tienen no ya años, sino hasta décadas creando identidades urbanas desde el margen. “Hay inclusive migración, gente de Tepito que se ha ido a vivir a Ecatepec, Neza o Chalco (que alimentan el flujo cultural del contexto de la galería)”.
El arte como una posibilidad de convivencia y de conocerse entre comunidades es algo que muchos museos repiten como lugar común: para la Galería Velasco es declaración de principios. Como dice Alfredo, hay un toma y daca entre las diversas comunidades que abrevan de este espacio de arte tepiteño para el mundo.
Hay tradiciones de arte callejero que chocan con la Galería Velasco como nodo: “Cuando comenzamos a hacer las primeras exposiciones de grafiti nos dimos cuenta de que muchos de los artistas venían de Chalco, Neza, Ecatepec, esa periferia que está invadiendo derramándose en la ciudad como artistas periféricos. Y eso es algo que en Tepito no hay”, dice Matus.
Lo que Tepito es, es bailador, con una larga historia “del baile callejero y el reventón, un fenómeno que ha dado lugar al sonidero que emergió de aquí, con sonideros como La Changa y se ha ido diseminando tanto así que ahora hay sonideros internacionales”. (Y sí: uno puede oír la influencia del sonidero del Vive Latino a Coachella; hay influencia sonidera que puede rastrearse en el reggaetón, el hip hop y hasta en el corrido tumbado).
¿Y Tepito es amable para el visitante? Los prejuicios acompañan al barrio. “Hay una clase media que no conoce a Tepito y que está llena de mentiras y prejuicios del barrio, a pesar de que vienen a veces por la película o un artículo de moda, o las micheladas, el disco…” dice Alfredo, sobre los que somos meros turistas en el barrio, apenas conociendo Tepito por lo que vende su imagen de street cred. Miren, miren: tengo barrio, sé comprar en la calle de Peñón, en los puestos de la esquina de Jesús Carranza y Peñón o whatever.
La clase media ve en Tepito una especie de portal a una realidad más real, más acá. Explica Alfredo: “por ejemplo, el fenómeno de la fayuca en los años setenta. Se trataba de la democratización de los mensajes del mundo a los que gente mexicana de clase media sin la fayuca de Tepito no habría tenido acceso”. La moda, la música, hasta la comida: esa arqueología de lo cool es Tepito en la mente chilanga.
Sin idealizaciones: “Tepito se va adaptando a los tiempos, y realidades que rebasan a la propia comunidad barrial están presentes”. El barrio como un río de experiencias que bien que atrae a sus propios curiosos y turistas que hacen sus incursiones a las licuachelas.
El trabajo de la Galería Velasco es captar esas sutilezas y decir ‘aquí hay algo’, como dice Alfredo, “un algo muy puntual y culturalmente significante que hay que exponer antes que condenar”.
Esas contradicciones alimentan la vida de un espacio de arte como la Galería Velasco. No se trata de “rescatar” al barrio, sino de reconocer su poderío cultural. No se trata de rearmar tejido social, el barrio tiene su propio tejido social que si se superan los espectros y los miedos puede conocerse de cerca. Sin mentir: ir a la Velasco no te dará el barrio que tal parece que hoy tanta gente anda buscando (“ser barrio” es una forma de ser el mero real de la bandita), pero sí te hará topar con arte que en otros lados no encontrarás fácilmente en otros espacios. Más que llegar y tomar, encuentra lo que puedes crear y entregar de vuelta al mundo.