El arte urbano no es decorativo. Aunque muchas bombas y esténciles son preciosos dechados de técnica—piezas con composiciones dignas de museo—, el arte urbano es un grito desde las paredes citadinas. Donde hay grafiti hay lucha y resistencia. Hay esperanza de cambiar al mundo.
Es, tal vez (y solo tal vez), fantasioso imaginar un mundo en el que el simple hecho de hacer y crear sea suficiente para vencer la violencia y la pobreza. Pero es que dejar de creer en eso es una derrota del espíritu. Ahí donde hay arte hay todavía una posibilidad de transformar la realidad.
Lo contrario a la guerra no es la paz: es la creación.
Es el caso del colectivo de arte urbano Lapiztola. Su obra es esténcilera, pero también grafitera, con raíz fotográfica, y manifiesta en pop ups llenos de color que hacen un llamado a la esperanza, la creación que llama a la creación. El nombre del colectivo no es difícil de descifrar, un juego de palabras entre el lápiz que pinta y la pistola que hiere. El arte como “arma” para luchar. La mejor de las armas.
Lapiztola nació en 2006 en pleno movimiento social en la ciudad de Oaxaca. Aquel año hubo en la capital oaxaqueña un bloqueo de maestros normalistas que se levantaron en contra del entonces gobernador, Ulises Ruiz, un verdadero sátrapa. El movimiento fue apoyado por estudiantes y activistas de todo el país, y hubo prensa de todo el mundo interesada en lo que social y culturalmente hablando se estaba fraguando en ese perol ardiente.
Entre ellos, los que se levantaron y los que fueron testigos activos, estaban los jóvenes artistas que fundaron Lapiztola: Rosario Martínez, Roberto Vega y Alejandro Alfonso Luis Ramírez. Juntos crearon un verdadero laboratorio callejero en el que no se producen drogas ni medicamentos, sino manifestaciones valientes y píldoras difíciles de tragar. El color vivo de los murales de Lapiztola es engañoso: sí, el color significa fiesta, pero también peligro y alerta. Son obras que despertaron una conciencia que es tan estética como política. Crear Lapiztola fue también un coming-of-age, un acto de madurez, de los artistas que conforman el grupo. Con el colectivo aprendieron de sí mismos y también del poder del arte. En Oaxaca han llenado la ciudad de sus murales, algunos en centros culturales, pero la mayoría en las bardas callejeras (los verdaderos centros culturales).
Los artistas de Lapiztola han pintado y plasmado su obra en distintas ciudades de México y el mundo. Sus piezas como el mural “Hasta que la dignidad se haga costumbre”, que se encuentra en Chile y hace un llamado no sólo a la solidaridad latinoamericana, también a la resistencia con coraje desde cada trinchera específica de cada país. En Los Ángeles han plasmado sus piezas en barrios chicanos. También han pintado en ciudades fronterizas, reivindicando el derecho a migrar (es uno de los temas favoritos del grupo).
Pues sí, el colectivo tiene toda una serie de obras políticas que van de temas: no solo la migración, también el comercio justo, la lucha feminista y la denuncia de crímenes de odio. Entre otros eventos que han motivado su trabajo están Ayotzinapa y la persecución de los migrantes en el llamado “primer mundo”, esa realidad cruel que parece salida de los diarios, pero que Lapiztola convierte en conversación: un diálogo significativo entre los peatones que transitan (el arte urbano también es movimiento) y esas paredes imposibles de ignorar.
Las aves son un motivo importante en la obra de Lapiztola. Y es que las aves evocan varios de los temas del colectivo. La migración, la libertad y el sueño. Otro: los niños. Es que los niños y los pájaros son la alegría primordial, la que nos conmueve a todos.
Una de mis piezas preferidas la conocí en el Instagram del grupo (/lapiztola). Una niña sonriente rodeada de aves que vuelan a su alrededor como si bailaran con su risa. Se trata de un mural creado a propósito del 8M, el día en el que se celebra a las mujeres, no desde una perspectiva turística o mercadológica, sino desde la alegría (y la tenacidad) de quien resiste con la esperanza de un mundo en el que todas las niñas puedan sonreír. Todos debemos soñar con ese mundo. ¿Soñar? Luchar más bien, persistir. El que persiste resiste. Es un gesto simple que define un mundo. Word.
Otras obras del colectivo van también de la música y otras artes. “La caja explosiva” retrata a un adolescente con hoodie y su arma de resistencia: una boombox que estalla con música a todo volumen. Al que mira le toca imaginar qué música revienta de esa grabadora.
Aunque el hábitat del arte urbano son las calles, Lapiztola también ha expuesto en museos y galerías, y sus piezas han participado en muestras y bienales, han ganado premios y son considerados uno de los colectivos urbanos más importantes de Latinoamérica. En el Museo Universitario del Chopo se puede conocer el trabajo brillante del colectivo en un nuevo espacio del museo dedicado al arte efímero, sobre todo al arte urbano. Esta vez invitaron a Lapiztola a dibujar en el jardín del Chopo, una pieza que invita a los visitantes a disfrutar lo que pueden ver en el museo.
Y precisamente así se llama el mural: “El camino”. Es un juego de suspenso. Los personajes sonríen como si vieran un rumbo feliz. Desde un punk hasta niños jugando, trabajadores que gozan, mujeres que observan desde un silencio expectante. El camino que invita a entrar al Chopo, el pequeño misterio que hay que resolver caminando junto al mural.
“El camino” puede verse hasta mayo de 2025. Las obras de Lapiztola están en varios sitios, sobre todo en Tumblr, Instagram y Médium. En Insta puedes rastrear sus obras más recientes y hacer tu propia manifestación artística tomando fotos y compartirlas en tus redes. Recuerda que el arte urbano, si bien tiene autores, también nos pertenece a todos los que nos lo topamos en nuestros viajes diarios. Los esténciles de Lapiztola son imposibles de ignorar. Ve al Chopo y checa a qué nos referimos.
