¿Cuál es la primera pregunta que te haces cuando vez una obra de arte? Muy posiblemente la misma que me hago yo: ¿qué significa?
Dicen los críticos de arte que ese es un vicio. El arte no tiene por qué tener o necesitar una explicación. El arte, nos dicen con suficiencia, es una verdad en sí misma. O la capturas o nunca será tuya.
Cada vez que voy a un museo de arte contemporáneo mi primer prejuicio es que no me va a gustar porque no voy a entender nada. Y es que yo sí creo en la relación que el artista quiere tener con el público por medio de la obra. Una de las razones por las que me gustó mucho recorrer Luzia, primera exposición en solitario del artista brasileño Paulo Nazareth en México. El Museo Tamayo es uno de los recintos que más han hecho por el público mexicano del arte contemporáneo. Con Luzia, el Tamayo vuela alto.
Paulo Nazareth (Minas Gerais, Brasil, 1977) es un artista divertido. En Luzia su sentido del humor brilla, pero también otros sentidos están presentes: el de contar historias, el de la dignidad, el de la lucha. Luzia es un recorrido rebelde, un migrar con los marginados, un grito para encontrar hermandad entre los descastados.
Y no, no es nada cursi. No se trata de tu tío de la UNAM que huele a humedad y quiere que votes por su partido. No es doctrina, es narrativa. La historia de la vida de Paulo está relacionada con el contexto más amplio de la historia de Brasil, de los migrantes y de la relación de lo brasile con los africanos.
La única guía para entender la exposición es seguir el camino al que Paulo nos invita y es clave leer las pequeñas historias que cuentan las plaquitas que calzan cada pieza. Sí, no hay vergüenza en detenerse a leer y luego apreciar la obra en cuestión: el texto de sala está muy bien logrado.
Pero, ojo, no hay que quedarse sólo con el texto. Una vez que se aprecia la obra—instalaciones, video, fotografías y esculturas—Paulo Nazareth cuenta una historia que se revela a lo largo del recorrido: una historia que es suya pero que también es la todos los que vivimos en países en vías de desarrollo y que uno u otro momento de nuestra historia hemos tenido que lidiar con ser visto como “los otros”, “los pobres”, “los que no tienen lugar”.
Luzia de Paulo Nazareth: viajar como declaración, renacer como supervivencia, recuperar como homenaje. Y humor, mucho humor, como futuro.
A lo largo del recorrido por Luzia lo que se desvelando es la vida y los orgullos el propio artista. Paulo Nazareth es un tránsfuga, alguien que siempre está yéndose de viaje y de eso ha hecho su obra. La primera pieza que recibe al visitante es una metáfora de ese viaje permanente: una espiral formada por sneakers y sandalias viejas, usadas durante diversas épocas de la vida, estrictamente del pie izquierdo. Esas “izquierdidades” (cruce de pies izquierdos e identidades en transformación, see what I did there?) hacen referencia a la deuda que uno tiene con quienes lo calzaron y lo enseñaron a caminar. Y hay un lazo con la identidad afro: recuerda a Sací, personaje del folclor brasileño que sólo tiene una pierna y se considera como el bromista original. Paulo le rinde ese homenaje a la risa como inicio.
La Luzia del título de la exposición es una mujer, la mujer que nos dio a luz a todos: el esqueleto de una criatura homínida, ya homo sapiens, que se encontró en Minas Gerais en 1975 (tierra que vio nacer al propio Nazareth en 1977, Luzia es casi su hermana mayor). Luzia es Lucía, una mujer, Santa Lucía, una santa, y Luzia, una ciudad. Entre ese conjunto de presencias Paulo arma su concepto artístico.
Mujeres: la abuela de Paulo, de la que tomó su nombre, una mujer de origen afro-brasileño que fue encerrada en un psiquiátrico por luchar por sus derechos. Las madres están presentes como creadoras de identidades y de naciones. Al final de la exposición hay una “Mom Archive”, una instalación en la que los visitantes pueden retratar a su madre a lápiz y contar en unas líneas su historia. Los dibujos pasan a formar parte de la exposición. Dibujar a tu madre como acto de amor y resistencia, porque todas las estructuras en las que vivimos nos hacen esconder nuestra dulzura para ser parte del mercado. Supongo que eso es a lo que los mamadores de redes sociales llaman “ternura radical”. Desde esta perspectiva sí lo entendemos.
De la cocina a la sala, esos entornos domésticos que cuando somos niños—si tuvimos la fortuna de tener un hogar, porque Luzia también hace espacio para los que crecieron sin refugio y a la buena de Dios—es nuestra cárcel y cuando crecemos, refugio. Si no estás muerto por dentro, reconocerás en las piezas de Paulo esos rastros de nuestros paraísos perdidos.
Hay varias obras que van de lo tierno a lo chistoso. ¿Ubicas a Memín Pinguín? Es un personaje clásico de la historia del cómic latinoamericano. Un negrito bailarín, como cantaba Cri-cri (wow, muchas referencias ancianas), un estereotipo racista del afrodescendiente como personaje raro, burlesco y esencialmente feo. Así como en diversas épocas han existido estos estereotipos, también hay manera de subvertirlos. En la pieza “White mask”, Nazareth toma muñecos de Memín Pinguín y les pinta el rostro con un gis blanco que se usa en los rituales del folclor afro-brasileño. Una forma de exorcismo de una identidad exótica a una identidad sin mermas históricas. También una venganza.
Nazareth ha hecho varias obras en el camino. Ha viajado a pie por toda Latinoamérica hasta llegar a Estados Unidos y también ha visitado algunas partes de África con la intención de hacer arte. Durante esas travesías ha tomado fotos y videos, ha instalados pequeños escenarios e inventado personalidades. Todo el polvo del camino lo acompaña cuando se toma un autorretrato en Arizona con una cartel que reza: “Nosotros tenemos derecho a este paisaje”.
Otra serie que me atrajo fue “Bestiario del capitalismo”: una colección de logotipos de marcas que usan a lo animal como manifiesto de poder. Están los toros de Red Bull, el rinoceronte de la ropa Ecko, el conejito de Playboy y el cocodrilo de la casa Lacoste. Bestias que protegen intereses de lo establecido.
En la serie de fotos “CHE” el artista recoge fotos en varios lugares del mundo en los que se ha topado con hombres jóvenes que rockean la figura del Che Guevara en sus playeras. Es siempre la misma fotos, la legendaria que tomara el fotógrafo Alberto Korda de Guevara viendo al horizonte como quien se cree eterno. La rebeldía no conoce fronteras. Hay mitos que tampoco.
No sé si saldrás de Luzia con ganas de encenderles fuego a las estatuas de Cristóbal Colón o a pintar murales izquierdistas. Quizá, más seguro, saldrás conmovido y divertido porque, sí, ambas cosas a la vez son posibles. La personalidad de Paulo Nazareth se va revelando a medida que uno avanza por Luzia, pieza a pieza se crea al personaje. Hay mucha honestidad en ello, aun cuando también tenga su dosis de fantasía y viaje de ego.
Luzia puede visitarse en el Museo Tamayo, en el Bosque de Chapultepec (av. Reforma y Gandhi, Ciudad de México). El costo de la entrada es de $90 y si llevas tu credencial de estudiante entras gratis. La exposición parece querernos decir que aunque te arrastren por el lodo, eso no cambia lo que hay en tu sangre. Sí, quizá suene sentimental, pero esas voces que apenas están comenzando a ser escuchadas, las de los que viven al margen ameritan un acompañamiento emocional potente, ritual.